Un rato en alta mar -Cesare Daponte-

—Necesito que me manden a alguien mañana— le gruñí a la mujer que estaba al otro lado del aparato. Hacía como diez minutos que me tenían al teléfono. Yo solamente había llamado pidiendo a alguien para que me arreglara el equipo de música del yate. Estaba planteandome dar una de mis fiestas en el yate y justo hoy, que había venido para revisarlo todo y ver cómo tenía preparado el yate y para preparar la música que se pondría en la fiesta antes de la "cita" que tenía, me encuentré con que el equipo de música hacía cosas raras. Y claro, llamé a la tienda donde lo compré, que no estaba muy lejos del puerto según creía recordar, y como es normal y entendible pedí que me mandaran a alguien para que me lo arregle, pero la mujer que se encontraba al otro lado de la línea parecía tener inconvenientes para todo —Mire, señora, que usted sea una mal pagada amargada que no tiene vida no me importa, pero yo soy una Bettencourt, y le aseguro que la fiesta que voy a dar en mi yate es importante, y también le aseguro que como no me mande alguien voy a pedir la hoja de reclamaciones. Ya le he dado la dirección. Mañana a esta hora quiero, exijo, que haya alguien aquí, o va a tener problemas, créame, no quiere verme enfadada de verdad. Se lo digo muy en serio. No juegue con una Bettencourt. Nunca— le espeté, casi en un grito, poniéndome de los nervios. Vale, normalmente no solía usar estas técnicas para conseguir lo que quería, pero necesitaba que la fiesta fuera perfecta. Vendría la crème de la crème de la universidad, y no podía permitirme fallos en la música.

Respiré hondo y entré en mi habitación del yate. Me quité la ropa que llevaba y me puse en su lugar un bañador de diseño que me había regalado mi primo hace un par de meses y que todavía no había estrenado. Me miré al espejo y sonreí con lo que vi, me quedaba bastante bien el modelito. Miré el reloj, no faltaba demasiado para la hora acordada con Cesare, no tardaría en presentarse. Así que, para pasar el tiempo, me dirigí al salón y de ahí pasé a la cocina. Abrí la nevera y saqué una botella de Pinot Noir que había traído para la quedada con el chico. Me serví una copa y le di un trago, pensativa. Lo mejor sería relajarme un rato en la tranquilidad de mi yate. Me até un pañuelo de seda blanca alrededor de la cintura, como si fuera una falda, dejando gran parte de mis piernas a la vista, y me puse unas sandalias negras de tacón. Tras eso me senté en el gran sofá que había en la cubierta y cerré los ojos, con la copa de vino en la mano. Le di un trago, luego otro, distraída. Tal vez ir un rato al jacuzzi sería buena idea. O ir a refrescarme al mar. Pero me apetecía estar tranquila hasta que llegara el italiano. No tardé en oír ruidos en el embarcadero y me levanté, yendo hacia la entrada del yate con una sonrisa de oreja a oreja. Sin duda sería él.